Dicen que el rock´nd roll muere poco a poco, que es una agonía imparable ante la sinrazón auditiva de los nuevos tiempos . . . puede. ¿Caerá cómo cae todo lo que trató de cambiar el mundo en los 60-70 a base de música, de modas, de maneras nada convencionales de vivir y de sentir? ¿O elegiremos perdernos entre móviles y fotos de “postureo” alentando nuestros egos y nuestra falsa felicidad? Tal vez moriremos huyendo, pero caeremos en la segunda pregunta.
Este mundo quizás esté hecho para héroes, o hecho para románticos, aunque parecer no parece que esté hecho para Stinkis. Por su sentir, por sus vidas, por sus momentos a solas, por sus reflexiones. . . ¡ah! y se me olvidaba; ¡por su música! me lo recuerda el movimiento del mundo cada día. Stinkis representa la fusión de influencias más grande que pueda aguantar cualquier aleación, el escupitajo ponzoñoso llevado a la fuerza más imaginativa del rock. La virtuosidad trasladada a lo máximo del potenciómetro ¡a diez!, al calentamiento de las lámparas sonoras ¡al rojo vivo! y a las grietas de placas y pantallas absorbidas por la energía insolente que desprenden en cada actuación.
Jxús, la voz Stinki, la presencia pasiva de la tranquilidad de una rock star. Su potencia, facilidad, armonía, profesionalidad lo hacen manejar los tiempos y el timbre con una naturalidad impresionante; fusionándose con el escenario, trasmitiendo muy por encima de lo que el público espera cuando busca una salida emocional. El atractivo demonio rubio, luce su expresión, la transporta en vibraciones que extiende en cada movimiento, danzando entre los detalles líricos que en algún momento mágico negoció con algún enviado del Averno.
Alonso, la segunda figura creativa, y al igual que Jxús cofundador de Stinkis. Un llanero solitario que amantado por “stratocasters” y mecido por vinilos vibrantes y estridentes, lo hacen despertar cuando dejan de sonar, cuando el silencio deja de ser música y lo asaltan los espíritus letales del rock. Este Ayax al que Zeus armó con guitarras eléctricas lo hacen inmortal en cada una de sus batallas ante el instrumento, rompe y desliza, vibra y tornea, redondea y seca cada uno de los sonidos que increíblemente nos atrapan en sensaciones abstractas, pateando las sensibilidades más comerciales y correctas. Lucha por lo que sabe hacer, lo hace y lo maneja. No hay secretos para él. ¿Pactó también con el diablo en aquel cruce de caminos? Nunca lo sabremos.
Darío, aparece sin asesinar a ningún “mago ursurpador”, libre e impoluto, receptivo ante el reto que las cuatro cuerdas lo destinaran a llevar el peso rítmico de este consolidado proyecto. Un joven anómalo ante los gustos que riegan masivamente las nuevas generaciones, de carácter dulce y convencido, dotado de un equilibrio tan completo que el mismísimo Buda podría pedir consejo. Nació artista, y en cada oportunidad lo demuestra. Aplicado y seguro pero con una personalidad impúdica ante cualquier reto musical o artístico que lo reclame.
Desde la Martia –suenen las fanfarrias romanas-; Alberto. Cicatrices, batallas y heridas entremezcladas con sus “toms”, “crash”, “splash”, “charles” . . . hacen que este gran percusionista sobreviva, como héroe sin deriva, agarrando el timón rítmico de Stinkis. Su “matched grip” será el afiance de las columnas de Hércules que soportaran el desbordado ritmo infernal de esta banda. Su aportación avala otro giro de tuerca, otro metal añadido, otro pulido de calidad que refleja en su rostro apacible y salvaje.
Stinkis son Stinkis, no hay más. La combinación perfecta de lo que todos deseamos ver sobre el escenario, un volteo inesperado en cada canción, una sensación colorista y de calidad, un murmullo interno de remordimientos sentimentales y de placeres insospechados. Esperemos estar preparados, demos tiempo para que las sombras blancas y negras sean el reflejo de los acordes más pragmáticos y las melodías más intuitivas. ¡Dejémonos llevar! porque sólo con mirarles a los ojos sonará el rock´nd roll.