Atleta, restaurador, coleccionista, peleón, pero sobre todo José María Gamboa Segura
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Es fácil encontrarlo andando ligero por cualquier calle de Arahal, haciendo mandados a algún primo o amigo mientras Lupe lo espera para comer. Porque eso sí, la casa no se le cae encima a pesar de que en ella tiene un museo de todo aquello que mucha gente no valoró y tiró a la basura. Un museo de historia, etnográfico, que siempre está dispuesto a mostrar. José María Gamboa Segura (Arahal, 65 años) pertenece a una estirpe de artistas; en sus genes lleva marcada la diferencia. Ha habido y hay de todo en esta familia, ebanistas, actrices, músicos, herreros, dibujantes o manitas, capaces de decorar, restaurar o construir cualquier cosa que se ponga en sus manos.

Y claro, con estos genes, no puede pasar desapercibido. Es el Pena, hijo de aquel hombre que decidió restaurar las iglesias de Arahal, la del Santo Cristo, la de la Victoria, la Ermita de San Antonio y parte de la Santa María Magdalena, años estuvo trabajando para conservar un patrimonio en parte desatendido. Su hijo es también multifacético, el mejor embajador de pueblo que ha tenido Arahal. Cuenta la anécdota que, para acabar con las pocas señalizaciones que indicaban el camino al municipio, se dedicó a recorrer la provincia y más allá pintando el nombre del pueblo donde quiera que había una posibilidad. Es famoso ese letrero que hay en la entrada de la A92 a la altura de Hipercor: ‘Arahal, a tan solo 20 minutos’. O el lema que acuñó, ‘Arahal, de Sevilla tan cerca’.

Con un bote de pintura de aerosol color negro es capaz de traspasar los límites de la prudencia. Dicen que, cuando llevaba a sus niños del Club Ohmio a correr a Écija, aparecían las señales de la carretera con el nombre de Arahal. Lo quitaban y volvía a pintarlo. Hasta que decidieron poner el nombre, tal como correspondía. Sus críticas son constructivas y es rápido en el análisis del entorno, sea de una calle o camino mal trazado, o cualquier deficiencia en el trabajo municipal.

José María Segura es incansable, nervioso, extrovertido, con un sentido del humor sin vueltas. Y de todas las cosas que ha sido capaz de hacer en su vida, que han sido incontables, la que más importa en su palmarés es la fundación en 1982 del Club de Atletismo Ohmio. Él, junto con Manuel Lobato, sembró la semilla del atletismo en Arahal y hoy cientos de jóvenes lo han convertido en su pasión. Con su compañero de carrera comenzó a andar por los caminos y, después, a correr. Y a llevarse a niños de la Cruz de la Cava hasta que se dio cuenta que, a través del juego, podía formar a grandes campeones. Porque sacar lo mejor de las personas, es su fin. Con esta labor, que nunca se le podrá agradecer del todo, quitó a muchos niños de la calle para hacer de ellos hombres y mujeres fuertes y sanos.

Entre sus hazañas está haber corrido dos veces la maratón de Nueva York, 42 kilómetros por la ciudad de los rascacielos que se ha convertido en la más prestigiosa del mundo. Ha sido una hazaña que ha convertido en sueño, porque quiere llevarse a toda la familia al otro lado del Atlántico para volver a correr, aunque sea un rato, acompañado de sus dos hijos, José María y Alfredo, atletas como él, no podía ser de otra manera.

A mi me gusta verlo en este ambiente. Es un speaker incomparable, temible cuando coge un megáfono. Si eres tímido, aléjate porque no dudará en abordarte y preguntarte sobre alguna cuestión concreta de tu vida. Sí, lo he sufrido siempre con una sonrisa. Le faltan horas para tantas cosas que tiene que hacer. Por ser es, a veces, hasta azote del gobierno municipal, el que esté, le da igual. Y siempre añade, ‘sólo quiero que todo mejore’ porque si algo es José María Gamboa, el Pena, es generoso, con lo más valioso que tiene el ser humano: su tiempo.

Decirle que a su disposición quedamos, más que nada para cambiar la costumbre, porque siempre es al contrario, no puedes pedirle nada que no esté preparado para darte. Y detrás, en la sombra, su mujer, a la que sólo le pedimos probar esos guisos de carne cuyo olor, sobre la una del mediodía, sube por la calle Mina, donde viven. Casa familiar, acogedora, como son ellos, ni más ni menos.

 

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