Leo Sánchez, hecho de trozos y trazos de tradición familiar
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Está en este espacio, dedicado a lo peculiar a la vez que sencillo, porque comparte con quien lo ha hecho posible una afición: la fotografía. Es Leonardo Sánchez López, un joven arahalense que monta en Vespa, se gana la vida con la informática y es cofrade por tradición. De hecho, comenzó su afición por la fotografía cuando llevaba años ayudando a su padre a poner la candelería de cera y las flores al paso de la virgen de los Dolores de la Hermandad del Santo Entierro, una de las dos que le pertenecen por herencia. Entonces ya tenía plasmada en la retina esa imagen que se transforman cuando le da el primer viento de la tarde del Viernes Santo.

Pero no es la única. Porque sus primeros juegos fueron entre el patio de la iglesia del Cristo y la plaza del mismo nombre, junto a sus abuelos paternos que estuvieron años cuidando de las instalaciones donde mora el Señor de Arahal, Cristo de la Misericordia y Virgen de los Dolores. Por eso le pusieron Leonardo de la Misericordia, es el tercer Leonardo de la familia, detrás de su abuelo y su padre. Nombrar a Leonardo de la notaria es situarlo de golpe en la familia paterna.

Pero hechos de pedazos estamos y Leo tiene los ojos y expresión de su madre (Ana), y el carácter, aunque al primer golpe de vista no lo parece porque su sonrisa es, buena parte de las veces, tan parca como dulce. Con 30 años encauza su vida hacia la tranquilidad que le da saber lo que quiere. Y quiere seguir mirando al mundo con curiosidad, apenas mantiene una afición fija desde hace años y son las competiciones de los coches teledirigidos de gasolina. Lo demás, tal como venga, en los últimos años se empeña en «moverse» en Vespa, de esta manera suma dos pasiones en una. Porque para Leo, viajar no tiene por qué necesitar de maletas, y para tomar una cerveza ¿por qué no ir una tarde a Málaga?

El sedentarismo no es lo suyo, siempre que pueda volver a su pueblo, donde en la actualidad crea un hogar junto con Gema, la mujer que lo mantiene con los pies en el suelo. Arahal es su punto de partida y de llegada porque no en vano se ha criado también en el barrio de la Fuente, bajo la vigilancia de su abuela paterna, de apodo la «Guapita» y de profesión costurera. Merendaba entre telas de trajes de flamenca y túnicas de nazareno, de todas las hermandades, porque en aquellos años, pocas manos entendían de dobladillos y agujas tanto como la costurera de la Puerta Utrera.

Y de allí, pasaba a la calle San Antonio, mecido por el apego y cariño a su familia materna, calle de gente sencilla por donde ha visto muchas veces pasar al santo bendito que sale cada 13 de junio, la última este año, con tías, primos, vecinas en la puerta, esperando la misma bendición de la infancia. Todos se han esmerado en mimarlo, sabedores como son de que con tan solo 15 años se convirtió en el hombre de la familia por el fallecimiento, demasiado pronto, de su padre. Por eso, quizás, es de hablar pausado, como si pensara cada palabra cuatro veces, pero con un sentido del humor profundo. Y, entre sus pasiones, está el flamenco, captado en mil fotografías que ha realizado (y ahora recuerda en su perfil de Facebook) por toda la geografía andaluza.

Cofrade, flamenco, músico de banda, fotógrafo, informático a tiempo total para ganarse el sustento, viajero buscando rincones con los que llenar el resto de su vida, un bohemio capaz de entablar amistad en cualquier país del mundo con alguien que comparta aficiones, para, a la primera de cambio, mostrarle cuál es el rincón donde se guarece para dormir sobre seguro. Sí, es un hombre hecho a trozos y trazos de tradición familiar. Porque para continuar el camino, con eso le basta.

 

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