Manolo “El Moro” PubliMoroTour “Lo importante es lo importante”
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A.L Godino.

El sabor de la salina del mar cuando es descubierta por nuestros sentidos cada año, va acompañada irremediablemente como recuerdo residual del olor a autobús, la clásica y venerada “tortillapapa”, nuestros “no sin mis  filetes empanaos” y la terrible y calenturienta noche que nos espera a pesar de que el protector era de 90. Pero . . . ¿hemos dicho recuerdo? ¿presente? o ¿futuro? Él  estaba, está y estará allí, el culpable; apareciendo de la nada como Bela Lugosi con trasfondo sensitivo, voz de lobo de mar opaco, profesor consejero elocuente y de seguridad insolente, dando órdenes de capitán y dirigiéndonos como corderitos  hacia lo que considera los mejores lugares de aquella playa en la que el gentío y las sombrillas no dejan ver si la arena es blanca o de “chinitos”.

Manolo “El Moro”, superviviente de nacer en un “caos” de una gran familia de once hermanos, de vencer una poliomielitis, atajar un sendero lleno de barro y de barreras, permitirse el lujo de reírse de sí mismo, de llevar una oficina en el “portacosas” de su moto, de sostener las columnas de Hércules mirando al “tendío” y de llevar un salvoconducto para poder pasar por los pecados capitales como si fuesen innatos en su temperamento, el que aburre a cualquiera que desee gestionar un combate cuerpo a cuerpo con la sinrazón, porque su  conversación siempre te llevará al placer de viajar, previo paso por caja, lógicamente.

La calle es el mejor teatro que muestra a nuestra estrella desnudando su particular personalidad, lidiando por ellas como si fuese un maestro en torería sin “picaores” ni banderilleros, en la que la faena será de oreja y rabo si en vez de un autobús, saca dos; el destino . . . . uno que está bien. Incómodo en su oficina, en la que deja a su amable señora, Mari Carmen  y a su mano derecha Toñi gestionar ese papeleo de viajes que él trata de evadir con alguna excusa para dejar aquellas cuatro paredes. Pero volvamos a la libertad, a la citada calle donde Manolo recorre rincón por rincón, sea de conjunto histórico o de gran supermercado para ofrecerte el mejor y considerado  destino, previo paso por caja, lógicamente. ¿Está repetido esto? Pues . . . es así.

Si haciendo caso a la parafraseada expresión “No viajamos para cambiar de lugar sino de ideas”, sería imposible hacer el experimento con nuestro amigo Manolo. Testarudo en sus convicciones y en su manera de vivir ha logrado permanecer en primera línea de fuego, incluso desmoralizando a sus hijos; Oliver e Ismael  -de los que no quiero olvidarme- a los que ama con pasión, aunque un poco a la manera americana de “llegar tarde a la entrega de trofeos”, haciendo desmoronar  a todo el que trate de aportarle una idea de la que él no está del todo convencido, a no ser de que al abrir el cajón reluzcan los doblones, premio persuadido de que el  trabajo, su vida, sea beneficioso/a.

La admiración, con todos los defectos, y no nos referimos a su pierna, la cual lo ha hecho concebir una armadura de supervivencia en la vida, de servicio ante la incapacidad que todavía la sociedad no considera natural y que en el caso de Manuel ha sobrevalorado y muy mucho su fuerza física y psíquica, son un ejemplo de valentía ante la vida. Inmortal como Rasputín nos voceará, nos venderá, nos llevará, nos paseará, nos enseñará, nos embarcará, nos rodará, nos trasladará, nos explorará, nos expedirá, nos volará, nos transitará y nos “tourneará” previo paso por caja, lógicamente.

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