Manuel González o cómo captar el alma en un gesto
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Nada hay más estimulante que hacer una foto a un fotógrafo. Pero sobre todo si para quien la hace, en este caso Claudio Ramírez, este reto es puro divertimento. De lo contrario, sería un marrón de los gordos. Porque cómo poner frente a un artista su propio rostro expresado con la misma técnica que utiliza a diario, con herramientas de expertos.

Eso justo es lo que ha pasado con Manuel González Mairena, procedente de estirpe de fotógrafo, espíritu inquieto, enamorado de la imagen con letras mayúsculas. Desde el rincón que es su estudio de la calle Felipe Ramírez de Arahal, muy cerca de las calles de sus juegos infantiles, de las iglesias que lo vieron entrar por primera vez cargado con una cámara, imparte clases magistrales con cada imagen que cuelga en las redes sociales. Y lo hace dedicando un puñado de palabras de agradecimiento a sus clientes, porque sin su confianza sería imposible seguir.

No. Manuel no es un fotógrafo al uso. Porque es difícil hoy en día ganarte la vida sintiendo pasión por lo que haces: poder coordinar la parte comercial de una actividad sin abandonar la artística, creando, cada minuto del día, incluso cuando físicamente está en otro lado, con otros quehaceres.

Este joven delgado, cuyos andares recuerdan a su gente, es un profesional de Arahal cuya vida ha estado familiarmente ligada a la fotografía. Hijo de «Manuel el de Los Platos», hermano de Fernando, que ya estuvo en estas páginas por la misma razón. Siempre comparado con parte de su familia, con el listón muy alto ya desde que empezó en esta profesión. Sin embargo, con naturalidad y profesionalidad, Manuel ha ido subiendo peldaños para ser motivo de orgullo, no sólo para su familia, sino para su pueblo. Y estamos seguros de que ésto es sólo el comienzo.

Porque él trabaja innovando, poniendo sus imágenes del día a día a disposición de concursos a nivel nacional. Su cámara va pasando por la vida de familias de Arahal y la redonda, lugares desde donde acuden atraídos por las imágenes que priman en sus redes sociales. En ellas los niños miran fijamente a la cámara, con expresión sorprendida, sonriendo, relajados, creando ambientes en los que vivir desean. Da igual la edad, la familia, la situación, la celebración, lo cierto es que cada una de las fotos es una obra de arte incomparable con la anterior.

Pero a Manuel le ha costado un recorrido que empezó con su familia, reconociendo el olor del material fotográfico, realizando bodas, comuniones, bautizos o cualquier tipo de evento. Porque para aprender, antes hay que ganarse la vida y hasta dejarte llevar por su devenir buscando descendencia. Precisamente su hija María lo acompaña a veces en sus momentos de inspiración, como aquel que lo cogió tendiendo ropa en la azotea de su casa, un día plomizo, con la luz perfecta. Momento que plasmó después de dejar volar su imaginación con toques vintage. La foto de ese momento ha obtenido el premio Goya a la Mejor Fotografía en la modalidad ‘Libre Creación’ 2018. El último premio, pero no el único.

Él sigue insistiendo en volver una y otra vez a sus orígenes, porque está seguro de que por muy lejos que lo lleven sus alas, sólo sus raíces lo agarran fuerte al suelo. Raíces de fotógrafo de pueblo, de un padre que se atrevió a coger una cámara, sin saber apenas de su funcionamiento, para intentar mantener a su familia. Y no sólo lo consiguió, sino que dejó un legado detrás de sí, en blanco y negro, en cientos de álbumes familiares.

Fotos con historia, guardadas como oro en paño. Manuel ‘El de los Platos’, el que dio nombre a sus hijos, no sólo consiguió ganarse la vida, sino que dejó a su familia herramientas para seguir con un legado, mejorarlo gracias a las nuevas tecnologías y ponerlo a disposición de un pueblo o de la humanidad.

Por eso Manuel González seguirá mirando a través del objetivo de una cámara porque la pasión es así de irracional, es donde se siente más cómodo. La pasión que no tiene medidas, sobre todo si viene impuesta por los genes.

Por Carmen González

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