Manuel Manaute Lozano y todas las formas de la bondad
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Verlo sobre media mañana por Felipe Ramírez camino de calle Nueva es habitual. Con su media sonrisa y la bondad marcada en cada pliego de su rostro. Manuel Manaute Lozano es obra de Dios, sin lugar a dudas. Ese Dios que él venera y cuyos evangelios sigue como norma de vida. A sus 80 años lleva tanto bien hecho, que San Pedro no sólo lo dejará entrar en el cielo, sino que le dará la llave para que lo guarde.

Fue administrativo en una emblemática fábrica de aceitunas de Arahal, La Palmera. Entonces su camino era Veracruz, Iglesias, Pozodulce y Carmona. En la fábrica, principalmente trabajaban mujeres, hasta 600 y nunca le vieron una mala cara. Manolo era siempre la puerta de entrada a la empresa. Allí ya comenzó sus formas de ayudar, cercanas, comprometidas pero, sobre todo, silenciosa. A golpe de una antigua máquina de escribir, rellenó la documentación para que muchas familias anónimas recibieran de la administración lo necesario.

Lleva 53 años en Cáritas, ha vivido todas las épocas, las malas y las menos malas, porque para la necesidad nunca hay buenas. Y en más de un ocasión, las familias necesitadas han sido tantas que ha encomendado su propia nómina para lo que hiciera falta. Tiene en varios supermercados cuentas abiertas para las urgencias; un puchero, pollo, carne a trozos, a cargo de su generosidad y la de Chari, su mujer. No sería posible tanto darse a los demás si no tuviera su amor incondicional.

Y, de vez en cuando, de familias agradecidas, recibe una compensación en forma de canasto con algo de frutas, huevos o verduras, que alguien anónimo deja detrás de la puerta de su casa. Y dice que le devuelven mucho más de lo que dio, porque alguien que reparte lo poco que tiene, muestra mucho más que agradecimiento.

Ver a Manuel Manaute Lozano, Manolo para sus amigos, provoca ternura. Y si hablas con él, la sonrisa está asegurada. No quiere reconocimientos, salvo los que su Dios pueda darles cuando llegue la hora. El Evangelio marca su camino y piensa que es de la única manera de entender la vida. «No tiene ningún mérito hacer algo en lo que crees«, dice con su habitual modestia.

Ha vivido tantas historias que tiene varias cosas muy claras. Jamás dejará de ayudar a una familia que pide para comer u otras necesidades básicas, aunque demuestren que el dinero que tengan lo malgastan. Cuenta que detrás de «padres y madres cabezas locas» hay pequeños que sufren y no tienen la culpa de nada. Por eso las críticas de quienes piensan que su ayuda cae en saco roto se las toma como lo que son, parte de esta tarea.

No juzga nunca una situación por lo que pueda parecer. Después de más de medio centenar de años con esta labor, se ha encontrado demasiadas veces con historias que van más allá de la simple apariencia. Y está tan acostumbrado a pedir para los demás que, apenas te acercas, te dice que puedes dejar el jamón en la iglesia de la Victoria, donde está la sede de su altruista labor. Pagar los recibos del gas, la luz, el IBI forma parte del día a día de este hombre para el que no hay más fronteras que las de su propia salud. Los años no pasan en balde ni siquiera para los hombre buenos.

Además de su voluntariado en Cáritas, fue uno de los fundadores de la Asociación para la Prevención y Ayuda al Drogodependiente El Tarajal (1991). En ella ha tenido que enfrentarse a la pérdida de personas jóvenes que se han quedado en el camino de la droga o ha tenido que visitarlos en la cárcel donde ha seguido dándole su apoyo sin ambages. Lleva mil vidas de otros vividas, aliviando el dolor de cada circunstancia. Porque vino al mundo para hacer el bien y no deja pasar ni un solo día sin cumplir su pacto con Dios.

 

 

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