Por Claudio Ramírez.
Amiga Mari:
Han pasado casi dos años desde que empecé este proyecto y hoy, a escasas horas de terminarlo, no quiero cerrarlo sin decirles a quienes nos han seguido a lo largo de todo este tiempo que nada hubiera sido posible sin tu apoyo incondicional. Expresiones ha sido un reto que he sabido enfrentar porque no has dejado de estar a mi lado, como en todo lo que ha pasado en nuestras vidas desde hace 40 años… Sí, cuarenta años desde que me enamoré de aquella niña del colegio, de trenzas largas y muy callada. Pero, como tú bien sabes, a pesar de tantos años, lo nuestro no fue un flechazo a primera vista. No, ni mucho menos. El primer recuerdo que tengo de ti es en la puerta del colegio El Ruedo, corriendo con tus grandes trenzas al encuentro de nuestras madres, que en más de una ocasión nos esperaban las dos charlando.
Calle Puerta Utrera en dirección a la plaza de la Corredera, un soleado domingo de primavera. Lo sé porque recuerdo olor a flores. Hacía viento y por casualidades del destino nos cruzamos. De nuevo apareciste ante mí. Esta vez, además de tu piel morena, lucías una gran melena suelta moviéndose al viento, y me regalaste una sonrisa al saludarme. Teníamos 14 años y, desde ese momento, sentí que algo había cambiado. Nunca más dejé de pensar en ti.
Así es. Éramos vecinos, jugábamos en el mismo barrio, asistimos al mismo colegio, hicimos la comunión juntos y, a pesar de verte casi a diario durante años, la primera vez que realmente te vi fue ese día. Desde entonces ya solo deseaba estar contigo. Pasado algún tiempo me armé de valor y un día te pedí que fueras mi novia. Éramos jóvenes y felices, con ilusiones y toda la vida por delante para cumplirlas. Primeros viajes juntos, primeras ferias, primeros conciertos, fiestas con los amigos, hasta la misma boda y el primer embarazo, todo fue rodado porque solo teníamos que vivir sobre los sueños.
Llegó el día más especial para nosotros, el que parecía que iba a ser el más feliz y que acabó siendo el más duro. Un 13 de octubre de hace casi 25 años llegó María. Nada más nacer, como si de un tiro a bocajarro se tratara, nos comunicaron que había problemas. Fue la primera vez que nos sentíamos confundidos y desamparados. Solo queríamos pensar que todo era una pesadilla de la cual no despertábamos y rezábamos para que ocurriera un milagro. Pero poco a poco nos dimos cuenta de que el milagro no había hecho más que empezar. Lo que en un principio parecía una tragedia se convirtió en un reto. Nos marcábamos objetivos que sabíamos que podíamos conseguir y cuando lográbamos uno de ellos lo celebrábamos con alegría. Nos dimos cuenta de que la curación de María era aceptarla y quererla como es, sin pedirle nada a cambio. De esta forma la tragedia se convirtió en el mayor orgullo de nuestras vidas. El milagro de tener a María con nosotros. Pero mi admiración por ti seguía creciendo, y cómo no, volviste a sorprenderme cuando me dijiste que querías tener otro hijo. Te escuchaba y me temblaban las piernas, pero más me temblaron cuando, en la primera ecografía, nos dijo el médico que venían dos (Enrique y Teresa), y tú loca de contenta. De manera que nos juntamos con tres niños pequeños que necesitaban cuidados 24 horas.
Fue entonces cuando aprendimos a vivir cada día con la intensidad y el agotamiento de trabajar fuera y dentro. Pero, como siempre, no te equivocaste y volviste a acertar. La llegada de Teresa y Enrique fue el empujón que necesitábamos para sentir que nuestra familia era de lo más normal, justo lo que queríamos. Ellos, los tres, nos han enseñado qué es lo verdaderamente importante en esta vida. Te convertiste en una luchadora dispuesta a sacar adelante a tu familia por encima de todo, olvidándote de ti misma. Ya habías apuntando maneras trabajando en todo lo que te salía, pero esto no era solo trabajo físico, iba mucho más allá. Era entrega infinita, protección desmedida, apoyo incondicional. Para mí has sido una lección de vida constante. Así ha sido como nos has sacado adelante a todos, me incluyo también porque me has demostrado que solo con amor se puede superar todo. No quisiste ni siquiera conformarte con tu formación y, a los 45 años, decidiste estudiar, primero, auxiliar de enfermería, después, sociosanitaria. Y una vez más me volviste a sorprender por convertir tu capacidad de entrega en una forma de hacer feliz a quienes la necesitaban. No buscaste fuera un trabajo diferente al que ya tenías dentro de casa, no. Empleaste tu experiencia, ampliada con estudios, en una profesión que has ejercido con orgullo y por tu afán de hacer felices a los demás. Por eso no podía cerrar Expresiones sin dejar constancia y contar en este libro cómo es la persona que ha estado junto a mí en este proyecto. Fíjense cuánto ha sido su entrega, que se ha reído con cada retratado y hasta ha cuidado, una vez más, de que todo saliera bien, de que todos los protagonistas de este libro se sintieran cómodos delante de la cámara, en la habitación que convertí en estudio. Y con toda la naturalidad de la que solo ella es capaz.
Querida Mari, sabes que te quiero.