Para ayudar a los demás, Antonio Casado Medina sólo ha necesitado una vida
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Viéndole en esta foto ya se le nota la sonrisa socarrona que va consigo casi siempre. Antonio Casado Medina, 49 primos hermanos, pertenece por parte materna a una de las familias más singulares de Arahal. Y digo singulares porque ninguno de sus miembros pasa desapercibido. Hay de todo, músicos, ebanistas, actores, todas las artes se le dan bien. Son extrovertidos y curiosos, simpáticos e irónicos, con un sentido del humor fuera de lo normal. Pero nadie lo diría de Antonio y sí, tiene también un punto Medina que lo define, que lo hace especial. Y en este deambular genético, él optó por la solidaridad, que no es poco, 68 años ayudando a las familias necesitadas de Arahal.

Primero lo hacía desde su tienda de la calle Madre de Dios, aquella del mostrador y estanterías de madera cuya principal característica era la señal de la patina del tiempo, desgaste del uso. Entonces no había apenas envases, la mayoría de los productos se liaban en papel de estraza; el azúcar, los polvos ‘coloraos’, el bacalao, el café ‘de contrabando’, la sacarina que venía en tabletas y había que cortar con cuchillo. Antonio dice que en una tienda de ultramarinos no se paraba, ‘cuando no estabas vendiendo, preparabas los cartuchos para vender’.

Pero cuando echaba la llave a la tienda, era cuando Antonio Casado comenzaba su segunda vida. 68 años en Cáritas, al principio a esta organización religiosa se la conocía como Secretariado Diocesano de la Caridad. Entre sus recuerdos de esa época, está la inauguración de una barriada que lleva su nombre. La barriada Antonio Casado está formada por las casitas de ladrillos caravistas que hay en El Arache, de calles con nombres de músicos. Vino el cardenal Bueno Monreal, entonces arzobispo de Sevilla.

Cuando hablas con Antonio Casado de esa época hay momentos en los que la cara se le muda. ‘Eran tiempos muy difíciles’, más que los de ahora. Difícil porque no había ni para comprar medicamentos ni Seguridad Social. Cuenta que mandaban al cosario al Palacio Arzobispal a recogerlos. ‘Muchas familias estaban afectadas por tuberculosis y no tenía ni para comer’. Ni para comer ni para las necesidades básicas. Entre sus recuerdos, que son muchos, se refiere a aquel día que fueron a visitar a la madre de María, conocida como La Pereta. ‘Por cama tenía cuatro palos con una estera, estaba comiendo una sopa. Le compramos la cama completa, con colchón y todo, y no podía dormir en ella porque no estaba acostumbrada’.

Este hombre tiene el cielo ganado, al igual que su compañero de batallas, Manolo Manaute (pronto lo tendremos en este espacio). Ambos recibieron del Ayuntamiento el año pasado un reconocimiento por su labor en el mundo del voluntariado, por su entrega y esfuerzo durante tantos años. Y los dos siguen en su caminar, aprendieron a pedir para los demás, y lo hacen en cuanto tienen la oportunidad porque saben, después de tantos años, que todo es poco.

Ahora en octubre hace 20 años que cerró la tienda. Mi recuerdo es verlo detrás de un mostrador demasiado alto para mi edad, con porte serio y con una vida que años después he tenido la posibilidad de contar. Sirva esta reseña y las que vendrán en los próximos días, de homenaje a una trayectoria de 68 años dedicados a ayudar a cientos de familias de un pueblo.

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