Carmen GONZÁLEZ
Cuando Crispina Cortés habla de sus “niños y niñas” de AIMA, una asociación que atiende a personas con discapacidad, no puede evitar emocionarse. Esta pedagoga lleva 10 años en el centro fundado en 1991, actualmente trabaja con un equipo multidisciplinar formado por 8 profesionales. Y sabe que desde el momento en el que traspasa la puerta se va a encontrar con una realidad paralela en la que no hay dobleces ni mentiras: “Cuando tienen ganas de llorar, lloran, cuando tienen ganas de reír, ríen. No disimulan nada ni tienen problemas para mostrar sus emociones”.
Así son. Y lo mejor para estas personas es que nadie es extraño, desde que entras en las instalaciones, encuentras a los que necesitan abrazarte o contarte qué hacen; también aquellos que se agarran de tu brazo para enseñarte lo que allí ocurre. Cada uno tiene una personalidad marcada por habilidades que muestran quienes son según las circunstancias. Parece como que no crecen, pero sí lo hacen. Crecen en experiencia y algunos han conseguido sobrellevar tareas encomiables a lo largo de su vida.
Como la de Juan Antonio que ha cuidado de su madre, enferma de alzhéimer, durante años en un piso de Triana (Sevilla), con la dependencia que supone esta enfermedad y el nivel de exigencia. También Paco, Sofía o Lola podrían contar una situación parecida. Llegaron al centro después de cuidar de parte de sus familias hasta el final. Sin embargo, las huellas de su triste experiencia triste las revierten en sonrisas, en expresar lo que sienten viviendo el momento. A Sofía también le quedó una habilidad: “sería una buena fisioterapeuta, tenías que verla dando masajes, es digna de admirar”. Pero de estas situaciones terribles por las que han pasado, y que han resuelto con inteligencia, nunca se quedan con lo malo.
Visitar las instalaciones de AIMA cualquier día es entrar, como dice Crispina, en una realidad paralela. A nada que avanzas por el pasillo, se acerca María José (Sánchez), una preciosa joven que pregunta por Alejandro, compañero de redacción. No tiene mal gusto, no, por eso sonríe coqueta en cuanto le digo que la próxima vez que vaya, lo llevaré. “Yo también conozco a Alejandro (Solano)”, ahora la que me aborda es Ana Belén, reina de la Cabalgata de Reyes un año, entusiasta con todo y decidida. Es tan popular que, cuando salen, “todo el mundo la saluda”, dicen sus cuidadoras. Ese día no sólo repartió ilusión, se transformó en ella.
Ana Belén es igual que Pili, ambas se han criado en barrios de vecinas que las protegían y para las que eran importantes. Han nacido en el seno de familias humildes que les han recordado siempre que son el centro de sus vidas. Así es como ellas buscan todas las formas de ayuda en la tienda de su barrio, en las instalaciones de AIMA…”Ana Belén lo recoge todo y lo guarda, si no encontramos algo, ella sabe seguro donde está”, explican. Pili es el colmo de la ternura con cualquiera que tiene posibilidad de rozarse con ella.
En AIMA hay talleres y cada uno de los usuarios se reparten las tareas. Pero cada tarea depende de la predisposición y de la formación. Porque llegan al centro desde trayectorias de vidas muy diferentes. Irene, una joven de 22 años, ha entrado este año y no ha tenido problemas para adaptarse. Pero está acostumbrada a hacer fichas, escribe y colorea con disciplina.
Y Encarni lleva casi desde que se fundó el centro, cada día se arregla con esmero “porque es muy presumida”, al igual que Lole (Humanes). Aparecen por la mañana con preciosos vestidos y zapatos y hasta con los labios pintados, nada de mallas y camisetas sport. La versión masculina es Alejandro, dispuesto siempre a piropearte mientras te mira desde los cuellos levantados de su camisa o el polo. Mientras, su amigo Francis se muestra callado pero no puede dejar de sonreír si a alguien se le ocurre poner música. Porque las pasiones no requieren de grandes destrezas, solo de grandes corazones.
Para Elena es fácil ser especial porque ha avanzado toda su vida a golpe de fuerza de voluntad. Fue una de mis compañeras en un curso de diseñador de web y multimedia, nada más y nada menos, por lo que los ordenadores no tienen secreto para esta mujer apacible y de mirada clara, con un verbo tranquilo y amable.
También para la segunda María José (Navarro) del grupo la sociabilidad es condición indispensable y se nota cada vez que requieren de una actividad que necesita de colaboración ciudadana, como la venta de papeletas, “no hay quien la iguale vendiendo”, dicen. Porque a veces, las familias que sostienen desde hace 28 años AIMA, han tenido que superar todo tipo de peripecias económicas y, en cada barra montada, en cada acto organizado para recaudar fondos, allí están todos, hombro con hombro, voluntad con voluntad.
Hay en este grupo personas a las que les gusta “estar en el candelero”, como ocurre con Antoñete. “Si vamos a algún acto, tiene que sentarse junto al alcalde”, cuentan, o junto al protagonista de la fiesta. Te busca dispuesto siempre a saludar efusivamente y a cogerte del brazo para seguir contigo toda la visita. Hace poco pudo votar por primera vez -en las últimas elecciones autonómicas- y con la papeleta en la mano, detrás de su madre, se mostraba ilusionado por participar en el futuro de la región, aunque seguramente para él fuera un juego que le permitió otra vez ser el centro de atención en la mesa electoral de la Casa de la Cultura de Arahal.
Todos son un reflejo de la sociedad a la par que de sus propias familias, a las que están arraigados con sus tradiciones. Así es como José Luis se transforma, desde hace años, cuando llega la Semana Santa, y trajeado se dirige a primera hora de la madrugada del Viernes Santo a la iglesia para ponerse frente al paso de su Virgen de los Dolores de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Como contaba su hermano Antonio para completar su reseña que aparece en este libro, él no es feliz hasta que no hace el recorrido completo, hasta que no va al triduo que se celebra estos días, hasta que no respira el ambiente de las vísperas de los días santos. Recuerda Crispina que, después de la repentina muerte de su hermano, pasó una temporada muy triste, “todavía sueña con él”.
Y a Antonio Jesús le encanta el campo. Es un “malletillo” porque lo han criado entre olivos, tractores y olor a aceitunas, la dedicación de su familia. Se muestra callado y serio, sólo contesta con monosílabos, pero si su hermana, que es quien lo cuida, se pone enferma, lo reflejan sus ojos. Porque para estas personas especiales, el apego a los suyos es amor incondicional, medida de su existencia.
Están también Ana, el torbellino de AIMA, y Rocío que es el cariño hecho persona porque no tiene días tristes, sólo llenos de bondad y simpatía, “es raro que se enfade pero cuando lo hace también deja ver su carácter”. O la mejor sonrisa de esta asociación, la de Jesús. Para describirlo sólo basta una frase: “es feliz con casi nada”. Cuentan que el día que lo llevaron a ver el nuevo Parque del Faro no paraba, en las excursiones es el que mejor se lo pasa o, al menos, el que más lo exterioriza, cada palmo de su cuerpo expresa su contentura.
Marcelina, Loli (Acebedo)y Fina son las más mayores, con sus manías de la edad o su afán protector, pero buscando un hueco en este grupo de imparables en el que no cabe el desamparo, solamente las vivencias del día a día. En la antítesis por rango de edad está María del Mar, la más pequeña del grupo, solo tiene 18 años. Para ella es fácil regalar sonrisas a nada que te acercas para mimarla. Su rostro marca todavía los gestos de la infancia y un especial parecido a su madre. Cada una de ellas tiene su espacio en una asociación que ha hecho que formen parte de la sociedad sin aspavientos.
Me van a permitir dejar para el final a María, la hija de Claudio, autor de este libro. Porque ella es la razón de ser de su familia. Guía cada una de sus decisiones. Es buena como todos los “chavalotes” y busca la complicidad de los que la rodean a cada paso. Tiene un instinto especial que más de uno quisiéramos: sabe distinguir entre quien la quiere de verdad y quien no.
Pero sobre todo, en el fondo, es la principal razón de este libro.