Pepe, «el de los Cabales», hizo del flamenco su vida detrás de una barra
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Es fácil verlo andando por calle Madre de Dios con su perro Pancho a primera hora de la mañana. De semblante serio y tranquilo, como siempre ha sido. Nadie diría que se ha llevado 42 años detrás de la barra de un bar, desde el 19 de febrero de 1973 hasta el 25 de octubre de 2014. Y no de un bar cualquiera sino del Bar Los Cabales. Un nombre que forma parte de la memoria colectiva de muchos arahalenses. Donde pararon cantaores de flamenco de primera línea buscando la afición de José Núñez Lobato y su toque de guitarra.

Nadie diría que ese hombre, que no regala sus sonrisas, fuese capaz de salirse de la barra en muchas ocasiones sólo para marcar el compás de quejíos extraordinarios. Sí, se ha ganado una tranquila jubilación, porque ni los días de lluvia eran para él motivo de descanso. Al contrario, en esos días había más cafés que poner, más tapas que servir, más historias que oír a sus vecinos y visitantes. Cuando surgió la idea de abrir un bar era cuando compartía andanzas con su amigo Manolo Pedregal. «Fue por casualidad», dice, y mira hacia dentro intentando poner palabras a sus recuerdos.

El Bar Los Cabales era de Pepe Quintero y se lo traspasó, en un primer momento, a José María El Mota, ya fallecido, hombre que estuvo también toda la vida dedicado al oficio de la hostelería, tal como se entendía antes, de aquí para allá. Por aquel entonces, Pepe (el del los Cabales) tenía entonces 23 años y dice que «ya le tocaba echar cabeza». Y la echó, vaya si la echó, en aquellos tiempos la mayoría de edad para trabajar tenía límites de infancia. Junto con un socio comenzó el camino detrás de la barra, cuenta que la idea se fraguó en una reunión de amigos en la calle Corredera.

Empezó casi sin darse cuenta la historia de un bar que aparece en la memoria colectiva como lugar de encuentros flamencos hasta altas horas de la noche, de parada de café con toque de vecindad; un espacio donde se contaba la vida de un pueblo. Lugar que acogía a quienes paraban camino de Málaga para contar mil historias compartidas con otros lugares que hoy todavía existen, Los Tres Gatos y El Mesón el Ermitaño.

Pepe es parco en palabras. Si le preguntas por anécdotas, entre tantos recuerdos sólo uno se le viene a la cabeza y lo cuenta con rotundidad. «Abrí el 19 de febrero, era lunes y el 25, domingo, montamos una fiesta con Antonio Mairena«. Al Maestro del flamenco lo trajo hasta Arahal Miguel Rojas, otro tabernero que regentaba un local en la esquina de las calles San Roque y Doctor Gamero (Membilla para Pepe). No hacia falta contrato previo, ni preparar «tablao». El flamenco se posaba sobre la misma barra del bar. Porque hablar y cantar era todo uno. Sonaba entonces a Pepe Márquez, Manolo Romanero, Manolo Morilla o Manolo Coronado (los dos últimos guitarrista), Luis Torres «Joselero» …

A Pepe le costaba poco salir de la barra con su guitarra para acompañar a cualquiera que se atreviera con uno de los numerosos palos flamencos. En ese espacio, de sencilla decoración, estuvo rodeado de recuerdos. Zócalo de losas color granate con toque sevillano en el centro, chacina colgadas junto a la barra y tres pizarras de Café Borrás y Catunambú donde, como una letanía, figuraban las gambas al ajillo, croquetas caseras, pavía de bacalao, calamares fritos, menudo butifarra, hueva frita, medallón casero o montadilos Los Cabales.

Los Cabales en sí es nombre flamenco. Define aquella reunión, que como dice Pepe, «ni sobra ni falta nadie y todos los que están son cabales». Por eso tiene su espacio en la historia. Ahora toca pasear a su nieta Alba, la única capaz de sacar una sonrisa a este maestro de la guitarra que supo compaginar su pasión con el día a día de su trabajo.

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