Si no existiera, habría que inventarla. Cómo si no se puede unir el centro de un pueblo con una iglesia, antiguo convento, al abrigo de caminantes que llegaban o partían para Sevilla.
La calle tiene como un serpenteo leve que impide ver sus extremos. Si te sitúas en el centro del último tramo y andas hacia la iglesia a última hora de la tarde, te quedarás con una de las mejores estampas de Arahal. Los últimos rayos de sol caen ya casi sin fuerza sobre la torre momento en el que las cigüeñas se desperezan aprovechando la paz del ocaso. La calle es testigo desde hace siglos de como la luz se niega a irse dejando de ser el manto de un hermoso templo.
Una acera se abre hacia Juan Pérez, esa calle a la que en invierno casi no llega el sol y el verde se entremete entre adoquines buscando ser su alfombra pero sin conseguirlo. Un entramado de cierros llenan las aceras, algo en común con San Roque. También comparten las puertas falsas en una parte de su recorrido, abriendo la intimidad a otra calle para su propio desahogo.
San Roque acogió un cine emblemático que espera callado un lugar en las cuentas municipales. Una tienda de ultramarinos que fue herencia de una familia de empresarios nombrados con solo una palabra: bonhomía. Y casas y casas de agricultores que miran hacia los confines que marcan los pagos de olivares en cualquier punto del término de Arahal.
San Roque es andares de escolares camino del colegio más antiguo de Arahal, recorrido para llegar a una estación de tren que apenas cuenta, conexión del centro con barrios humildes.
Pero, sobre todo, es paso de imágenes benditas. El Cristo atado a la columna, el Nazareno, el Crucificado, y el Yacente, Virgen de los Dolores, Angustias y San Juan. Sus vecinos esperan un año para verlos, palmas en los balcones, faldones sagrados y la calle queda bendecida. El templo se abre para recibirlos con el murmullo de rezos. En su interior, la Virgen se ruboriza cada tarde de Viernes Santo, cuando, a hombros de los costaleros y rodillas al suelo, comienza a asomarse por el quicio de una puerta de siglos, la tarde ya está de nuevo de recogida. Ese día, cae plácida sobre el manto de la Reina de San Roque. No hay más dicha que compartir su luz.