No hay en Arahal unos ojos más dulces que los de Rodrigo. 74 años de infinita inconsciencia guardadas en una mirada que sonríe al primer encuentro y que, incluso cuando el resto de su cuerpo se frunce, sigue irradiando lo más limpio de la infancia.
Casi todo el mundo conoce sus andares subiendo la cuesta de la Fuente desde la calle Murillo, donde ha vivido siempre. Y también conocen su presencia en cada uno de los eventos que se organiza en el pueblo, porque durante años ha insistido en formar parte de una sociedad que, muchas veces, ha sido injusta con su presencia. Porque sí, seguro que lo han visto enfadado, diciendo palabrotas, cuando alguien se mete con él por puro divertimento.
Casi todo el mundo sabe también de su cabezonería, como el niño en cuerpo de hombre que no para hasta conseguir lo que quiere. Aunque lo que quiera a veces no le convenga. Acaso no hemos actuado así a veces en la vida.
Casi todo el mundo lo ha visto enfadado lanzar improperios al aire y rebelarse contra cualquier insulto o desprecio, volverse agresivo por puro sentido de la subsistencia. Quién no lo ha visto apoyado en una barra, en busca de comida y una cerveza porque su apetito no sabe de maneras ni de sentido del ridículo. O pidiendo un cigarro que agradece como si estuvieras dándole un caramelo a un niño. Quién no lo ha visto dispuesto a echar una mano, con sus infinitas ganas de sentirse acogido.
Ocurre que este hombre con mente de niño tiene un sexto sentido para captar la bondad. Y, aunque no lo crean, ha tenido mucha suerte. Suerte encadenada, familiar, protectora, de amor infinito, de ternura que brota en las lágrimas de su hermana Encarna cada vez que cuenta quién y cómo se acercaron a él para hacerle daño. Y son historias grabadas a fuego en la mente, que obtienen el perdón pero no el olvido.
Encarna García Alba es el alma de Rodrigo, el árbol que le da sombra, el pecho de madre que lo acuna. Y como dice su marido Manolo, Manuel Villalba para más acierto, “sólo le ha hecho falta parirlo”. Y eso que cuando ella nació su hermano ya tenía casi tres años.
Pocos saben que llegó a este mundo fuerte y sano, es el segundo de seis hermanos. Con sólo 18 meses, una meningitis que con acierto diagnosticó Don José Marina -un médico con calle en Arahal- lo salvó de todo lo que llega después de la niñez. La maldad adrede, las patadas y los empujones, los comentarios con lengua de víbora, echarle sal a un café que le ponen «gratuitamente», drogarlo y emborracharlo, molerlo a palos.
Esta tarde he descubierto que el amor infinito no se siente exclusivamente por los hijos o, quizás, hay veces que se quiere a un hermano como a un hijo, o tal vez más. Todo es posible en este ir y venir por la vida de personas que es en lo que se han convertido estas reseñas. Me hubiese quedado escuchando a la familia de Rodrigo una tarde y otra para ver que la humanidad no tiene límites y debes estar preparada para sorprenderte.
Mil anécdotas hay que contar de este hombre que se extiende en su familia, aunque estemos acostumbrados a verlo solo. Porque nadie lo conoce en realidad. Pocos saben que su hermana solo está tranquila cuando lo tiene dentro, que es la única que lo entiende sin hablar ese lenguaje de palabras sueltas. Pocos saben que con 28 años desapareció durante 5 días. Una foto de un joven Rodrigo salió en ABC describiendo la ropa que llevaba y su condición de niño grande. Un empresario de Las Cabezas de San Juan se lo llevó con él y, cuando ya no necesitó de su ayuda, lo dejó tirado, y deambulando llegó hasta Algeciras.
A Rodrigo le encanta la feria, siempre le ha encantado, hasta el punto de que cuando era más joven se iba a Paradas andando. Y que no se te ocurriera ir a recogerlo antes de que hubiera gastado toda su energía porque era imposible traerlo de vuelta. Y baila en reuniones familiares, juega con sus sobrinos y les riñe a su manera si se llevan un cigarro a la boca -aunque lo hagan sólo para ver su reacción-. Sí, Rodrigo es divertido y listo. Si le hubiera tocado vivir en otra época, quizás estas pinceladas sobre su larga vida tendrían otro color.
Es cierto que reclama su espacio y atención, reaccionando con celos cuando alguien se atreve a tocar a su hermana. Y no acaba de dormir hasta que no la siente entrar en la habitación para comprobar si está tranquilo. “Tata, omí”, le dice, cuando Encarna lo arropa. La ternura escrita en mayúsculas.
Pero la familia Villalba García no sería igual sin Rodrigo. Tanto es así que hasta su cuñado sabía que amar a su mujer era hacerlo reconociendo que son dos almas en una. “No sé con qué le voy a pagar a mi marido”, dice Encarna con lágrimas en los ojos para explicar que, ni con dos vidas, tendría suficiente para devolverle tanta comprensión y bondad a Manolo. Porque vivir la vida de otros es el colmo de la dedicación.
Y lo hacen cada vez que han cogido el coche para buscarlo; cuando se vuelven dos días después de irse de vacaciones porque no están tranquilos si no lo tienen cerca o cuando se lo han llevado por delante y no ha aguantado ni un día fuera. Y también cuando lo bañan, se aseguran de que coma bien, de que tome sus pastillas, de llevarlo al médico a la mínima que noten que algo no va bien o cuando se han quedado días enteros junto a la cama de un hospital con su mano cogida.
Dicen que Dios manda grandes batallas a grandes guerreros. Rodrigo es de las más grandes, por eso tiene suerte, mucha suerte, de haber nacido en una familia dispuesta a pelear para que nadie se atreva a acabar con la inocencia que se instaló en su mente sin darle otra oportunidad.