Sensaciones, es lo que sentimos al verle por nuestras calles: colorista figura, de peculiar andar, de viciosa palidez, como Quijote vencido, como un Kafka sin folios en su escritorio, o un Poe sin botella de licor descorchada sobre la mesita de noche. Un personaje sin personaje al cual sólo le mantienen libre sus pensamientos más sodomitas y una aureolada diferencia sobre los demás en torno a su rebeldía más satírica y fantástica.
El señor Martínez, es propio de inspiración para una canción callejera, o simplemente pararte con él y evadirte del mundo real al que algunos puede que aun no estemos adaptados. Tal vez su apostatada manera de vivir lo haga siempre circular como si fuese en un descapotable, como si un rescate emocional no le fuese nunca necesario puesto que de más anda libre de palabra, obra, hecho y . . . pensamiento –dudo en lo último-.
En nuestro invitado fotografiado se difumina la más rancia sapiencia pueblerina, puesto que su formalidad en el trabajo no cumple el precepto de “traje y corbata”, más bien una indumentaria semi-inglesa sacada de un mercadillo en Piccadilly Circus, donde el neón le persigue como a una estrella de Hollywood, siguiéndole incluso de día, sin abandonarle un segundo, le marca, le señala como a un tipo diferente con el cual nos gustaría sentarnos horas y horas a charlar de los más extravagantes temas, para sorpresa de las más tradicionales conversaciones, aunque si le encontramos en plan defensivo, puede que jamás podamos llegar a entenderlo. En esta situación nuestro protagonista se siente cómodo, créanme.
Volviendo a la carretera particular del Sr. Martínez, y mirando de nuevo esta chavalotada foto, sabemos que no ha hecho falta mucho “merchandising” para sacarla adelante. Nos mira como desafiante, arropado con su “too cool” sombrero “cow boy” y su camiseta de sevillista de corazón, quizás esta coraza emblemática lo autodefine sin mucha palabrería, pero sin duda, nos arrastra más su expresión, susurrando una flotabilidad positiva y aturdidamente segura; “vive y deja . . . que yo viva”, como último bastión de un testimonio de seguridad y arraigo en sus creencias nada creíbles.
Esta generación, a los que él, denominándose a sí mismo también, llama trogloditas, está marcada fuertemente por una música rebelde, que aparece como protesta social de la juventud a finales de los 50, y alargándose hasta nuestros días, aunque desgraciadamente en decadencia –otro error cultural-. Si pudiésemos pinchar el tocadiscos de nuestro protagonista apreciaríamos esos sonidos, saborearíamos el arraigo de grupos como Cream, Blind Faith, la Jefferson, Manfred Man, los Kinks, Holliers, etc. Así como los que con lágrimas desaparecen; Lou Reed, Leonard Cohen . . . sin olvidar a los que la entonces desconocida “sex, drugs and rock´nd roll” . . . and velocidad se llevó; Lynyrd Skynyrd, Joplin, Morrison . . . un sinfín único e irrepetible que se ha incrustado como religión en nuestro amigo Francisco Martínez.
Seguiremos viéndole, saludándole, yendo y volviendo, subiendo y bajando con la seguridad que le precede y le mantiene como parte emblemática de un personaje que importuna, puesto que seguirá creándonos encontradas y ambiguas sensaciones, simplemente porque él es sensacional.